miércoles, 20 de abril de 2011

Amanece

Amanece, los invisibles rayos de luz atraviesan fulgurantes y sin compasión aquellos resquicios de vida o muerte, aquellos espacios entreabiertos entre hojas y ramas, personas, puentes, casas y esos diminutos espacios entre la ventana y mis ojos empañados en lágrimas. Me despierto entre sábanas arrugadas, la colcha en el suelo tirada, de nuevo volví a sufrir una pesadilla. Mis noches ya no las copan sueños de amores, mis noches siguen siendo solitarias. Mis mañanas frías en invierno son reflejo de una vida olvidada. Inexistente. Rechazada.

Me asomo al balcón, miro a la calle y veo la gente ir y venir. Una señora con bastón es ayudada por un joven a cruzar el paso, una joven descuidada luego de una noche de desenfreno intenta subir, esa cuesta que un niño pequeño baja en monopatín, y se cae, su madre corre en auxilio preocupada por sus heridas, acordándose de que su exmarido le injirió una de sus peores mentiras. Un caballero con gabardina y sombrero, periódico y libro de culto ayuda al pequeño, le da un consejo de hombre sabio: Llorar no es de débiles, muéstrate como eres y alcanzarás la cima de los extraordinarios.

 Salgo a la calle, está caliente como las señales que estáticas soportan temperaturas asfixiantes, como las aceras que soportan los pasos apurados de los transeúntes. La gente pasa a mi alrededor como ráfagas de viento, como los segundos que perdemos en el tiempo, como las estaciones abandonadas cuando viajas en metro. Cruzo la vista con personas que no significan nada, pero podrían serlo todo si algún día entablásemos más que una perdida mirada. Pero todo sigue igual, empiezo a caminar y me engullen en un todo un centenar de almas, quisiera escucharlas todas, pero todo sigue igual, siguen siendo nada.
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